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El Partenaire Sexual
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14.07.2015
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El partenaire sexual

Luis Izcovich

Traducción del francés: Eduardo P. Minesas (Foro Tel Aviv-IF-EPFCL)

 La cuestión del partenaire sexual  -especialmente la de la elección y modalidades del lazo entre el sujeto y su objeto- atraviesa el campo de la doctrina analítica desde Freud hasta nuestros días y la respuesta que recibe difiere de acuerdo a las diferentes corrientes. Planteemos en primer lugar el problema: ¿qué es lo que se puede esperar de un análisis en lo que concierne al devenir de la relación del sujeto con quien se halla en la posición de ser su partenaire sexual?

Lacan subvirtió -con una fórmula- aquello en lo que el psicoanálisis post-freudiano había coincidido con el discurso del Amo. En efecto, cuando Lacan denuncia como pura mentira la noción de estadio ambivalente de Abraham es para indicar que la mira del deseo permanece  -aún después del análisis- profundamente ambivalente. La promesa analítica de acceso a la post-ambivalencia no se trata entonces sino de pura mentira. Estamos en el momento del seminario “La transferencia” (1), mucho antes de la formulación que trata de la no inscripción inconsciente de la relación sexual, y sin embargo la orientación es clara: no hay objeto susceptible de producir la síntesis absoluta de las corrientes definidas por Freud como tierna y erótica.

A partir de allí, la tesis de ciertos alumnos de Lacan -que propone que hacia el fin de la cura se opera para un hombre la conjunción completa del deseo y del amor en torno a un objeto, o sea, amar a la mujer que se desea- proviene, así me parece, más bien del espejismo de una promesa que de lo que la clínica testimonia. Este encuentro nos da la ocasión de renovar un debate que no está concluido y que es el de la supuesta madurez genital. A saber, lo que esta noción recubre, y, sobre todo, aquello que puede cambiar tras un análisis en lo concerniente al partenaire sexual.

 Lo que la experiencia analítica demuestra ante todo son las fallas del encuentro, siempre presentes u ocultas en la demanda inicial dirigida al analista, y que no están jamás desconectadas de lo que un discurso prescribe. Y nuestra época -haciendo creer que las elecciones infinitas son posibles- introduce nuevos impases, sin resolver la cuestión del partenaire adecuado para el sujeto. Digamos mejor aún: mientras que hoy se estimula el encuentro y se prohíbe cada vez menos el goce, lo que se manifiesta de manera aguda es cómo saber cuál es el partenaire que necesito, o una variante: “¿no puedo encontrar un partenaire mejor?”

Esta cuestión -que no se limita a una estructura clínica- hace de la duda un lugar esencial de nuestro tiempo, lo que implica una consecuencia mayor: la prevalencia de la interrogación sobre el goce más que sobre el deseo y la dificultad de acceder a la autorización en cuanto a la elección.

Dicho de otra manera, si el falo es por esencia el significante brújula del sujeto, no basta para estabilizar la relación con el otro sexo, en la medida que el falo, por definición, puede ser intercambiable. Es lo que da por resultado, para cada sujeto –neurótico, es preciso agregar- la serie de partenaires, que es a inscribir siempre en el esquema básico de su constitución erótica. En ciertos casos, la serie encuentra su punto de partida en un modelo, o antimodelo, inclusive a partir del significante traumático. Volveré sobre este punto.

Que el lenguaje supla la ausencia estructural de orientación hacia el partenaire, y que el falo sea una brújula, se demuestra ya en los casos en los que éste no opera. Bastaría tomar dos ejemplos, situados en las antípodas de la obra de Lacan: Aimée ante todo, en relacion a la que Lacan  plantea que la elección de partenaires se caracteriza por una máxima incompatibilidad y Joyce, para quien la única mujer de su vida le va como un guante. El falo no orienta al sujeto -es el caso de Aimée- y no entorpece al segundo –es el caso de Joyce. Es entonces aquello que- del programa inconsciente- palia al desacuerdo en la elección de partenaire y nos advierte sobre lo que puede haber de sospechoso en toda solución perfecta. El recurso al falo no implica dirigirse al análisis sino allí donde la falla impone al sujeto la búsqueda de un nuevo partenaire.

Basta, en efecto, que el partenaire electivo –a entender electivo en el sentido de que tiene el poder de perturbar el fantasma del sujeto- se desplace del lugar en que está ubicado por el sujeto para que una irrupción de goce aparezca. Pensad en el caso del Hombre de las ratas en relación al capitán cruel, o en Dora frente a los propósitos inesperados del señor K. La búsqueda de ese nuevo partenaire que es el analista encuentra así su justificación en la salida específica de los impases de goce.

El analista es un partenaire del sujeto en relación al síntoma. Es lo que Lacan define de manera límpida en el seminario “Problemas cruciales para el psicoanálisis”, donde escribe “el psicoanalista se introduce como sujeto supuesto saber, es él mismo, recibe él mismo, soporta, el estatuto del síntoma”, del que tiene a mitad la carga.

El analista como nuevo partenaire capta, concentra, iluminándola, la vía sin salida que el postulado inconsciente del sujeto determina. El analista complemento del síntoma no es una concepción posible sino a condición que se vea alojado por el sujeto en la serie de elecciones de objeto inconsciente. Es esto lo que permite plantear al analista como partenaire sexual del sujeto. La pregunta fundamental deviene entonces si el analista, por su acción, puede afectar la serie inconsciente del sujeto, o si va tan sólo a permitir desplazamientos en el interior de ésta. Seamos más precisos: ¿un análisis permite otra cosa que aquello de lo que el inconsciente da las premisas? Observemos que si un sujeto encuentra un analista a condición de que éste tome parte de sus condiciones eróticas, encuentra al mismo tiempo un deseo nuevo. Hablo aquí del deseo del analista y no todavía del deseo del sujeto. Este deseo es ya lo que objeta para el sujeto la creencia de haber encontrado finalmente el objeto adecuado. El deseo del analista es el obstáculo a la erotomanía transferencial y los riesgos que ésta puede engendrar, como, por ejemplo, la prolongación al infinito del análisis. La cura implica una concentración de libido en la transferencia, cuyos efectos repercuten en la economía general del sujeto, en una redistribución de la libido que -como lo dice Lacan- no ocurre sin que le cueste a algunos objetos su lugar. El lugar perdido concierne a la elección de partenaires sintomáticos, a distinguir del  partenaire síntoma.

En realidad, el deseo del analista que sostiene la interrogación esencial del sujeto -aquella que concierne al saber sobre el sexo- es un deseo informado sobre la identidad imposible entre el saber y el sexo.

Es esto lo que funda la exigencia histérica. Esta concierne a un saber que pueda revelar la verdad sobre el sexo. Observemos, por otra parte, que esta exigencia tiene por lo menos dos consecuencias. Una de ellas de faz positiva, en el sentido que su objeción al saber universal llama a un partenaire que abra la puerta al saber inconsciente. Es la faz en la que la exigencia histérica, insumisa a las prescripciones universales, ha sido la condición para fundar un nuevo discurso, el discurso analítico.

No se debe, sin embargo, descuidar la faz negativa, que se deduce de lo que Lacan señala a propósito del discurso del Amo que se funda sobre el discurso histérico. Para decirlo de otro modo, no basta con decir que la histérica (si se la toma en femenino) unilateraliza la castración del lado del hombre. Ya que la castración es lo que permite a un hombre gozar de una mujer. La histérica, en lugar de instaurar el acto sexual vía la castración, trabaja para el fallo y prefiere el goce del fantasma al del partenaire. Si “hacer el hombre” no alcanza como respuesta a la histérica, queda el discurso del Amo. Entonces, cuanto más la histérica hace la histérica el amo hace el amo.

El analista, como partenaire de la histérica, sabe que una opción es posible, que no es ni la de hacer el hombre ni hacer el Amo -entre paréntesis, existe una gran afinidad entre estos dos- sino de hacer posible una satisfacción, mientras que el partenaire, del que no se priva forzosamente en el acto sexual, es puesto en el lugar de confirmar para ella su postulado de base: que no hay más que uno, aquel que ella no ha encontrado.

Esta incompatibilidad entre tres términos -sujeto, saber y sexo- funda lo que Lacan designa como las posiciones subjetivas del ser, como modalidades singulares de respuesta a lo irreductible entre esos tres términos y que encuentra su raiz en la relación de exclusión fundamental entre el sujeto y su ser sexual. Observemos, por otra parte, la recuperación de otros tres términos en los que se muestran tres dimensiones de lo imposible: el sentido, la significación y el sexo, a propósito de los que es exigible en el fin del análisis y que muestran lo irreductible entre el sexo y el lenguaje.

Existe un imposible que concierne a la certitud del ser sexual, tal como existe un imposible que concierne al deseo del analista. Lo que legitima su puesta en serie es la formulación homogénea que Lacan propone para el tratamiento de esas imposibilidades. Así como concluye que el analista no se autoriza sino de sí mismo, plantea que “el ser sexual no se autoriza más que de sí mismo”. Y esto para indicar no sólo que con el partenaire no se obtiene autorización del Otro, ya que los semblantes quedan al borde del lecho ( es decir, que los semblantes o artificios de seduccion conducen al acto, pero el momento del acto sexual implica la exclusion del artificio: ninguna identificacion viene en ese instante a socorrerlo)  sino que, más radicalmente, una certitud conclusiva es requerida de parte del sujeto concerniente a su identidad sexual. El enigma del ser sexual no se resuelve jamás completamente por las significaciones sexuales. Es esto lo que Lacan ha llamado “la exhaución imposible”, y que concierne a lo real del sexo. ¿Basta decir que la incidencia del psicoanálisis es reglar la significación imposible por el acceso a una certitud de deseo? Me parece que ésta no está asegurada sin la elección del goce. En ese sentido, la dimensión traumática del goce -índice entonces de la incompletud irreductible que se revela como infiltrando la vida del sujeto- no encuentra su solución en el análisis tan sólo por la prueba de la transferencia. Esta es una condición fundamental pero insuficiente sin la experiencia decisiva del encuentro, sin que se trate forzosamente de un nuevo encuentro. Dicho de otro modo, el saber extraído de un análisis no reemplaza la experiencia. Las posiciones subjetivas del ser se demuestran entonces como respuesta del sujeto y son la tentativa de integrar los significantes que vienen del Otro. Evoco, en dos cortos ejemplos, lo que constituye la marca de los significantes provenientes del Otro, que son inductores de goce y decisivos en la relación con la partenaire.

Así, esta mujer que centra su análisis sobre una posible escena que habría sido reprimida. Esta escena, -que no ha existido jamás, la de un  contacto fisico en un sentido sexual con su padre- pero que opera como un ensueño diurno al cual ella otorga un status causal, podría dar cuenta, según la sujeto, de la búsqueda permanente de un amante mucho mayor que ella, lo que hace de cada encuentro un encuentro sintomático, en el que sabe de antemano que -una vez pasada la seducción- le será preciso otro partenaire. Una nueva escena reprimida introduce una nueva perspectiva. Se trata de una carta de amor escrita en su infancia, dirigida a un amigo del padre y destinada a permanecer secreta, hasta el momento en que la madre -cuya risa es interpretada como una burla- la revelará a ese hombre. Esto constituye la base del postulado construído en la cura: “no puedo ser tomada en serio como mujer”.

El segundo ejemplo concierne a una mujer consagrada a la perfección, y esto en todos los planos en los que interviene: su objetivo es ser la amiga perfecta, la mejor en su carrera profesional y la mujer irreprochable. Sin embargo, una mancha aparece siempre en el cuadro: sus amigos le hacen observaciones en el sentido de que es demasiado seria, sus colegas no soportan tanta perfección, su novio querría un poco más de fracaso. Ella misma se interroga por qué, si ama y desea a un hombre, cuyos signos de amor son indudables, se plantea la pregunta: “¿no te has equivocado de hombre?” que se duplica con un “¿y si mi madre tenía razón?, esta madre que encuentra siempre el medio de decir a su hija que podría pretender algo mejor en sus elecciones amorosas.

Pero la palabra que ha tocado su ser desde la infancia, a punto de determinar su posición en la existencia, es la frase de su madre: “habría que saber si te contentas con poco”. Es, en efecto, el tipo de frase que envenena una vida, ya que como lo articula esta analizante: “¿por dónde pasa la frontera que permite concluir que es bastante?”. Se puede demostrar a través de estos dos ejemplos cómo los significantes del capricho del Otro -que el sujeto no integra- modelan las modalidades de su goce hasta  determinar lo que es satisfecho en las relaciones con el partenaire. Ya que si la relación sexual no es inscribible, el goce sexual no es imposible, y la cuestión que se plantea para cada cura es cuál es el goce que permite al sujeto decir: “es bastante”.

No me parece suficiente entonces sostener que la operación analítica induce un desplazamiento respecto al objeto -lo que, sin embargo, no se debe despreciar, ya que comporta un beneficio importante frente a la fijación a un partenaire único y los riesgos de un delirio a dos, inclusive en la neurosis. Es lo que Freud evoca como la ampliación de las condiciones eróticas. Más radicalmente, la cuestión que se plantea es saber si el sujeto ha atravesado el esquema basado en la elección de lo mismo. Ya que el sentido de la última enseñanza de Lacan y la proposición de una mujer – como síntoma para un hombre- nos da una indicacion de la finalidad del analisis en cuanto a la eleccion de objeto. Lo que se desprende de esta perspectiva es el lugar del partenaire. Para ser precisos,  el partenaire capta y concentra sobre sí el goce del sujeto.  Esto es lo que se puede esperar de mejor en cuanto a la elección, llamémosla post-analítica, del objeto.

Observemos que nada en esta fórmula indica que el lugar del elegido sea único. Esta formulación, solidaria de la definición del síntoma como goce “a condición de que el inconsciente lo determine”, pone de relieve que la certitud conclusiva del sujeto, en lo que concierne al partenaire sexual, es que ésta no existe. En realidad el partenaire sexual del sujeto es el inconsciente.

¿Pero entonces –diréis vosotros- no es ésta la situación antes del análisis? Justamente, no basta con avanzar que el análisis -por el desciframiento inconsciente- contribuye a elucidar la función de los partenaires sintomáticos. La opción de Lacan es trazada de modo patente desde su texto “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”,  donde plantea que “la castración hace del fantasma esta cadena flexible e inextensible” (2). Inextensible designa aquí los puntos de detención en la elección objetal. Dicho de otro modo: es a condición de operar sobre la castración que los efectos se repercutirán sobre lo inextensible del fantasma, y en consecuencia sobre el esquema causal del goce del sujeto.

Esta concepción deja abierta otra opción que la de la tesis clásica, que es la del partenaire como substituto inconsciente de la elección erótica infantil. La nueva concepción es la del partenaire como objeto a, fuera de serie entonces, y más allá de la repetición.

Recapitulemos entonces. Creo que el psicoanálisis encuentra su razón fundamental en el contexto del empuje a lo ilimitado en la elección de partenaire, por su efecto castración. Notemos que los sujetos en análisis -y fuera de él- reclaman esta castración. Fuere por percepción o por falta de interdicción, el objeto pierde su valor de goce. Pero no es éste el hecho esencial que van a encontrar en el análisis. Se trata más bien del efecto castración que apunta al hecho de que hay un real en el sexo, a considerar como lo que no puede no ser. Dicho de otro modo, se instaura una condición que no deja al sujeto abierto a todos los encuentros.

Podemos concluir, finalmente, que no hay relación con el partenaire sexual, ya que aquel que permitiría constituir la relación falta. Sin embargo, un goce es posible con el partenaire, a través de lo que Lacan llama lalengua. Esto no viene a minimizar ni el lugar ni la función del partenaire,  pero ordena las cosas de un modo preciso: un psicoanálisis permitirá a un sujeto declinar las diferentes formas de goce con lalengua en función del partenaire. El analizante podrá establecer una constatación de ello. Podrá también extraer las consecuencias para su elección de partenaire -y ello largo tiempo aún tras el fin del análisis. Será asunto suyo.

1-    LACAN J. Le Séminaire, Livre VIII, Le transfert, Paris, Seuil, 1991, p. 440-455.

2-    LACAN J. “Subversion du sujet et dialectique du sujet”, in: Ecrits, Paris, Seuil, 1966, p. 826

(1) Hemos optado por conservar el término francés “partenaire”, ya que los posibles equivalentes en castellano son ambiguos respecto al carácter de individualidad del miembro aludido. El término “pareja”, por ejemplo, denota tanto a los dos componentes del conjunto como a uno sólo de ellos: “mi pareja”. Nos ha parecido mejor conservar el término francés, ampliamente conocido y de uso extendido en la comunidad hispanoparlante (n. del t.).